viernes, 20 de noviembre de 2015

S.A.R. el Infante don Carlos de Borbón-Dos Sicilias







Proyecto Galdós



Estoy muy honrado de haber sido incluido entre los artistas los beneficiarios del Proyecto Galdós. Desde mi blog quiero expresar mi agradecimiento a los organizadores de este importante y novedoso proyecto cultural. 
Tras la presentación, adjuntaré el texto de mi intervención.

Excelentísimos e Ilustrísimos señoras y señores: 
Estoy muy agradecido por haber sido incluido como artista  beneficiario del Proyecto Galdós por la Embajada del Lujo. Para entretener al público presente, les contaré uno de mis relatos breves, nada autobiográfico, pero cargado de buenos sentimientos. ¿Quieren saber el origen de la inspiración? En España y en el mundo musulmán se producen varios ataques a la Iglesia, muchos mortales. Este relato imaginario es mi modesta contribución a favor de la inconmensurable labor que realiza incansablemente la Iglesia, día a día.

«Andaba yo en la parroquia haciendo cosas de sacristanes, que aunque no llegaba a monaguillo, se gustaba mí cura Don Josechu de darme ascenso a su conveniencia, y acabando de dar lustre a la patena, entró en el templo un parroquiano que decía venir a ponerse a buenas con Dios, que a no tardar mucho ante él se presentaría para rendir cuentas y quería llevar arreglados los asuntos terrenales. Me intrigó a mí que tuviera esa persona certeza de la fecha de su partida, y como lucía yo una sotana vieja, que al tener sólo unos pantalones con esa prenda los guardaba de la lejía, me hice pasar por el cura y le invité a que me relatara sus pesares. Comenzó el hombre diciendo que a sus cincuenta, a un mes estaba de cumplir tres años desocupado, y que no andaba boyante en la economía, que con los cuatrocientos cincuenta euros que el gobierno le daba de ayuda, eran muchas las noches que se acostaba sin cenar, y aun así vivía de invitado en la casa de sus suegros, que de su casa buena cuenta dio el banco a resultas del retraso con la hipoteca. Y si malo estaba en lo económico, peor aún llevaba las cuestiones de la salud, que de dos meses atrás sabía que más de dos años no alcanzarían sus huesos sin dormir en ataúd. Afectado era el hombre por una enfermedad de nuestro tiempo, a la que por abreviar se la conoce por LMA, y no es otra cosa que Leucemia Mieloide Aguda.
Pensé yo entonces que muy raras son ahora las enfermedades que nos llevan a fallecer, que no hace mucho lo habitual era hacerlo de un cólico miserere y si no estaba claro el diagnóstico, finados eran todos del último mal. Negro fue el futuro de los afectados por este cáncer, que diez años atrás ninguno de ellos libraba la pellica. Pero gracias al Glicec, un medicamento que al mercado lanzó en el principio de siglo la multinacional Novartis, pocos eran ahora los que emprendían el último viaje por la dolencia. Era encargada la Seguridad Social de correr con los gastos necesarios para mantener con vida a los que, sin querer, sufrían de esta Leucemia con lo que su fecha de caducidad, como la de los otros cristianos, se mantenía en incógnita. Pero hace seis meses que la Novartis no ganó los cuartos a los que era acostumbrada, y en vez de cinco mil, cuatro mil quinientos fueron los millones que entraron en sus faltriqueras y buscando lo perdido, por tres multiplicó el coste del mila-groso remedio. No corren buenos tiempos para los pobres, y pronto el Ministerio de Sanidad reaccionó a la subida y renunció a la subvención del Glicec, que los setenta mil euros que costaba al año el tratamiento mucho se le hacían, y decía el ministro que le desajustaban los presupuestos. Y tal era la razón de que aquel hombre supiera que en seis me-ses menos de la mitad de un lustro, cita tenía con San Pedro y con Cristo para cenar.
Mucho me dolió el relato de aquel parroquiano que, desde los tiempos de los esclavos, no había visto yo tan claro lo que valía la vida de un hombre. Dio vueltas mi caletre buscando solución al asunto y de monedas vacié los cepillos de Santa Gema, y me acerqué al de la Santa  por si acaso, y conté el total y a diez euros ascendió la recaudación, que de mucho tiempo también andaban en crisis los bienaventurados. Recordé entonces que en el cuarto guardaba el Don Josechu doscientos euros destinados a pagar el arreglo de unas goteras, y pensé yo que no se enfadaría el cura si los utilizaba en otra obra. Al hombre le hice entrega de los doscientos diez y de una nota dirigida al ministerio: “Valgan estos euros, señor ministro, para comprarle al portador diez minutos más de vida”. Y se fue el hombre contento. 
Y volví yo a mis cosas de sacristanes. No ando yo sobrado de preparación académica, por lo que no es de extrañar que considere mal elegido el destinatario y peor formulada la pregunta. Que según entiendo yo, no es a mí a quien debe preguntarse ¿por qué escribo? Que lo atinado sería preguntar a los demás ¿por qué no escribes?
Y padezco de insomnio. Y al Todopoderoso agradezco tal dolencia, que siendo tantas las noches que paso en vela, no hay una en la que no me sienta libre. Que unas noches soy el pícaro y necesitado sacristán Carlitos, o ando metido en el pellejo del cura Don Josechu. Otras soy conquistador. Y otras obispo. Y una recuerdo en la que el cónclave me eligió Papa. He sido aventurero, médico y futbolista.  Premio Nobel, estudiante y analfabeto. Y muchas veces casada y alguna viuda. He gana-do carreras y combates. He sido extraterrestre, demonio, ángel y San Pedro, y a la memoria me llega una noche que, con todo respeto, fui Dios. Pirata, vagabundo, buhonero, aguador, obrero y minifalda. Militar, herido en la guerra y hasta muerto. Quijote, Sancho y Buscón. Parado, rico, enfermo y milagroso. Pájaro, dinosaurio, conejo y escopeta.  Pero el personaje que más me gusta es ser Profeso y hacer justicia por el mundo y en todas las épocas. Y como no tengo límites, a veces, he sido muchas cosas a la vez.  Y aun así, alguno me pregunta que por qué escribo.  Soy un hombre y ansío la libertad. Y yo me siento libre cuando en la soledad de la madrugada, frente al ordenador o a un folio en blanco y una pluma, soy quien en ese momento se pregunta:
- ¿Por qué no escribes?»

Mi tardía carrera literaria empezó hacia el cambio de siglo. Mi padre había escrito su primer libro acerca de nuestra familia, en italiano, y me propuso traducir el texto para publicarlo en España. Me animé y empecé a traducirlo, pero me di cuenta que había que encontrar la manera de que el libro pudiera ser de interés para un público más amplio, por lo que pensé añadir a los personajes del libro “I Ruspoli, da Carlomagno a El Alamein” unos personajes equivalentes de la familia de mi mujer. Así fue como nació mi primer libro “Retratos, anécdotas y secretos de los apellidos Borja, Téllez-Girón, Marescotti y Ruspoli” publicado por la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. La investigación necesaria me permitió almacenar muchos datos de todas las épocas, que aproveché para escribir mis novelas de la serie el Profeso, el Bailío y Gran Prior de Pisa Frey Giangaleazzo Ruspoli de la milenaria Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, denominada hoy simplemente como Orden de Malta. Hasta la fecha he escrito diez y siete entregas de la serie. 
Hago entrega a la Embajada del Lujo de tres ejemplares de la saga, publicados en España y a la venta en las librerías. Se trata de “El Profeso y el opio”, “El Profeso y la masonería” y “El Profeso y la parapsicología”. 
Frey Giangaleazzo Ruspoli es un personaje que en su semblante de fantasma procedente del guerrero de la alegoría de la ilustración me ha ido seduciendo con cada una de sus historias, hasta ejercer en mi la fascinación que despiertan los grandes detectives de la literatura, como Hércules Poirot o Sherlock Holmes. Gracias a sus investigaciones, los lectores podrán profundizar en su universo, en su carácter peculiar, en su exquisita cultura, en su círculo familiar, cargado de luces y sombras.
No quisiera extenderme más, así que si están interesados en conocer las sinopsis de las novelas históricas y el perfil de los personajes les propongo que descarguen el catálogo que figura más abajo.
Encontrarán, si quieren saber más de mi actividad como escritor, una página de descarga de mi catálogo literario en esta dirección:: http://www.caja-pdf.es/2015/06/19/gian-galeazzo-ruspoli-y-mas/ 
Hoy mis blogs cuentan con más de 70.000 lectores, he publicado en papel una decena de libros y otro tanto en formato digital y estoy presente en algunas de las principales redes sociales, muchas gracias por escucharme. 


martes, 17 de noviembre de 2015

"Yo nací en villa Farnesina..." de Luis Narváez y Rojas





Tras la presentación, les adjunto mi discurso acerca de este interesante libro, el primero de Luis Narváez y Rojas, marqués de Oquendo.

Queridos lectores, tienen ante Ustedes una excelente obra que desvela muchas claves para entender la historia contemporánea principalmente de España y de Italia, en medio de un continente europeo que vio los reinados turbulentos en España de Fernando VII, Isabel II y Alfonso XIII, las guerras de independencia de Italia y su posterior unificación, la pérdida del poder temporal de la Iglesia, la guerra civil española y la gran guerra o primera guerra mundial a principios del siglo XX, todos acontecimientos vistos bajo la óptica de una familia gallega de ricos comerciantes de las indias que lograron ennoblecerse y erguirse paulatinamente como espectadores de primera fila de los acontecimientos europeos.
Nadie escribe un libro porque sí, salvo los poetas, que estos, como algunos artistas, tienen necesidad imperiosa de manifestarse porque lo que llevan dentro les consume. Por ello, ante un libro ajeno, siempre me pregunto por qué lo hizo su autor, aunque cuando lo hago respecto a uno propio la respuesta no suele gustarme: compromiso, prestigio, remuneración... que suele ser también aplicable a casi todos los de los demás. No es el caso de "Nací en villa Farnesina…" de Luis Narváez Rojas que constituye un legado a los suyos, Por ello me es especialmente grato actuar de prologuista, y por ello también, sírvame de excusa, me valdré de cuantas citas crea venir al caso, de gentes a las que admiro.
¡Cómo he disfrutado de la lectura del libro! Confieso que abrigué un temor inicial, porque los textos biográficos, a veces, son bastante tediosos. Pero en este caso, la vida de los distintos protagonistas Bermúdez de Castro, enmarcados en su época y en los distintos lugares donde vivieron, Cartagena de Indias, Cádiz, Madrid, Nápoles, Roma, París, Brighton, Colonia ha resultado muy interesante. Caso aparte es el de la protagonista tía del autor, que tuvo la desgracia de nacer fuera del matrimonio. Es curioso, entre mis más queridos amigos cuando viví en Roma, me acuerdo de un pariente de la madre, el duque Rodolfo de Baviera, del linaje Wittelsbach.
Dada mi ascendencia ítalo-española, porque nací de padre italiano y madre española, y teniendo en cuenta mi vocación de historiador, me voy a centrar en los acontecimientos del libro relativos a Italia, en particular a su unificación de 1860, completada con la conquista de Roma diez años después y a la villa Farnesina.
Quiero puntualizar que al estallar la segunda guerra de independencia italiana, Giuseppe Garibaldi era mayor general de los Cazadores de los Alpes, compuestos por 3.000 soldados. Con ellos con-quistó Varese, Como, Brescia y en las negociaciones de paz, Víctor Manuel II de Saboya logró la anexión de Lombardía, tras la que vendrían las de Parma, Módena, Toscana y Romaña, al solicitar sus gobiernos provisionales su unión al Piamonte. El siguiente objetivo de Garibaldi fue entonces lograr la anexión del reino de las Dos Sicilias, el más próspero de la península italiana, al Piamonte. En dicho reino Francisco II de Nápoles ejercía una monarquía absoluta. Sin embargo, garantizaba el bienestar a la población. Los movimientos separatistas en Sicilia fueron el caldo de cultivo para la expedición de los Mil Camisas Rojas, auspiciada por Cavour. Pero el primer ministro no quiso o no pudo financiar la expedi-ción, solo proporcionó al general los barcos y los mil hombres sin ar-mas, escogidos entre los que estaban presos en las cárceles piamontesas, unos reclusos que aceptaron encantados ya que su premio, tras la expedición, fue la libertad. Lo cual obligó a Garibaldi a buscar ayudas económicas. Luis Narváez menciona un apoyo de la marina inglesa para cruzar el estrecho de Mesina, es cierto, pero el apoyo inglés fue mucho más importante, porque el general pidió ayuda financiera a su amigo el patriota Mazzini, y este, masón, pidió a su vez ayuda a la masonería inglesa. Las ayudas de la masonería permitieron dotar a su pequeño ejército de las armas necesarias, de la logística y de las vituallas. Además una parte de la ayuda fue a parar a los generales del ejército borbónico para “perder” dignamente contra Garibaldi, a cambio de mantener su graduación en el futuro ejército real italiano. Al frente de su tropa de voluntarios, Garibaldi llegó a Marsala (después de haber zarpado desde Génova), donde fue recibido con entusiasmo por los rebeldes que pensaban que así lograrían la independencia de la isla, incluso algunos de estos se unieron a los Mil. Participó entonces en la supresión de la resistencia, dirigiendo más tarde sus tropas hacia Nápoles, entre las que se encontraba la Legión Internacional, compuesta, entre otras nacionalidades, por 500 húngaros, quienes derrotaron a las tropas del rey en la Batalla del Volturno, en octubre de 1860. Esto obligó a Francisco II a huir y refugiarse en los Estados Pontificios, instaurando en Nápoles una república regida por un gobierno provisional. En Sicilia, Garibaldi recibió ayuda económica puntual también de Alejandro Dumas, quien había viajado con su nave Emma con un cargamento de armas para su pequeño ejército. Posteriormente el escritor francés también ayudó a Garibaldi a escribir sus memorias. Ambicionando una Italia unida bajo un solo gobierno radicado en Roma, concibió la idea de marchar sobre los Estados Pontificios, defendidos por tropas francesas. Sin embargo, Víctor Manuel y Cavour, temerosos de perder lo logrado ante una radicalización del conflicto, evitaron el avance de Garibaldi. El incidente no supuso un enfrentamiento entre el rey del Piamonte y Garibaldi; antes al contrario, el revolucionario reconoció a Víctor Manuel como rey de Italia el 26 de octubre de 1860.
Un último comentario acerca de la Villa Farnesina, donde nació la protagonista del libro, una hermosa villa-palacio de Roma. Fue cons-truida entre 1505 y 1511 por Baldassarre Peruzzi en el barrio del Tras-tevere, por encargo del banquero sienés Agostino Chigi. En 1580 fue adquirida por el cardenal Alejandro Farnese de donde recibió su nombre actual. Villa Farnesina fue la primera villa nobiliaria suburbana de Ro-ma. Se alza fuera de la antigua muralla de Roma, donde antaño crecían los huertos y viñedos de Julio César. Se cree que Cesar alojó secreta-mente aquí, en su palacio a orillas del río, a Cleopatra (44 a. C.). Con ello evitaba por un lado el embarazoso encuentro entre su mujer, Calpurnia, y su amante; y por otro, el incumplimiento de la ley que prohibía a un monarca extranjero residir en la ciudad. Desde este palacio huirían Cleopatra y su hijo Cesarión al conocer el asesinato de Julio César. El parto por cesárea, practicado por primera vez en esta ocasión por médicos egipcios, toma su nombre del hijo de la célebre reina de Egipto. Podemos apreciar que con el inicio del Renacimiento la nobleza y burguesía italiana mostraba a través de sus residencias y villas su poderío tanto social como económico. La villa es un perfecto ejemplo de las primeras obras renacentistas. Se compone de un bloque central del que arrancan dos alas menores a ambos lados, formando así una especie de U. Las fachadas son de color anaranjado, sencillo y armonioso. En la fachada delantera se encuentra la logia de Cupido y Psique que da acceso al palacete que fue decorado por el mismísimo Rafael. En el bello jardín de la villa se celebraban importantes fiestas con príncipes, poetas, artistas e incluso Papas. Cuenta la leyenda que el derroche de lujo y ostentación era tal que durante las fiestas, las vajillas que eran de oro y plata, en vez de lavarlas y recogerlas, eran tiradas al fondo del Tíber, el río romano que pasa a los pies de la villa. La decoración se llevó a cabo entre 1510 y 1519. Destacan sin duda los frescos que se extienden por fachadas y muros. El mismo Peruzzi realizó algunos de ellos. Otros artistas que participaron fueron Sebastiano del Piombo, Rafael y los discípulos del último. Los frescos ilustran los mitos clásicos y destacan los del vestíbulo principal, llamado Sala de Galatea por mostrar a esta ninfa en una de las obras más célebres de Rafael. Esta sala se completa con las pinturas de astrología de la bóveda que muestran la posición de las estrella en el momento del nacimiento de su primer propietario Chigi. Otra de las estancias más bellas de la villa es el Salone delle prospettive, decorado por Peruzzi y que en los laterales creó una ilusión óptica que nos hace creer estar viendo Roma, tal y como era en el siglo XVI a través de unas columnas de mármol. En el dormitorio principal, los frescos de il Sodoma ilustran los desposorios de Alejandro y Rosana, y cómo ésta es atendida por querubines. Hubo un proyecto que pretendía unir la villa con el Palacio Farnese mediante una gran galería que atravesara el río Tíber y la calle Giulia. No llegó a realizarse y solo se construyó una mínima parte, aún visible, que atraviesa la calle Giulia. Salvador Bermúdez de Castro y Díez (1817-1883), marqués de Lema, residió varios años en la Villa Farnesina y la restauró. El palacio era propiedad de Francisco II, rey de las Dos Sicilias, en cuya corte Salvador había sido embajador de España (1853-1864). La Farnesina había pasado a los Borbones de Nápoles como herencia de sus antepasados los Farnese. Hoy la Villa Farnesina es la sede representativa de la Academia Nacional de ciencia, denominada “dei Lincei”, cuyo domicilio principal está al lado en palacio Corsini.
Pero en el libro de Luis Narváez hay mucho más que comentar, aunque prefiero terminar para no ser excesivamente prolijo. Así que, estimados lectores, lean con fruición y atribuyan a los protagonistas del linaje Bermúdez de Castro y a la tía Mary del autor el honor que se me-recen, sin olvidar el encomiable esfuerzo de su sucesor Luis Narváez y Rojas quien ha hecho realidad las estrofas que dedicara como cántico Calderón de la Barca en el certamen poético en honor de la canonización de San Francisco de Borja que tuvo lugar en 1671:

Que el blasón heredado
Es un tesoro hallado
Sin el heroico timbre de adquirido,
Pues sólo lo merece
El que a ser más de lo que nace, crece.


jueves, 12 de noviembre de 2015

Hundimiento del buque La Mercedes

Historia: Hundimiento del buque La Mercedes: el gran atraco edulcorado por los ingleses. 

En un acto de alevosía sin precedentes en tiempos de paz, concluido el siglo XVIII, allá por el año 1804, una de las más rápidas fragatas de la flota española, La Mercedes, había salido del apostadero de Uruguay con una importante remesa de lingotes de oro, plata, cerca de 30.000 monedas, reales de a 8 en su mayoría, y una cantidad sensiblemente menor de escudos de oro, estibada convenientemente con todos los medios para una larga travesía y con la carga de lastre calculada al milímetro. Debía de llegar a Cádiz en un plazo no mayor de dos meses y en apariencia no había contratiempos que indicaran el trágico suceso al que la condujo el destino y la vergüenza y deshonor que cayeron sobre sus agresores. Nada permitía barruntar el ataque que hundió a la fragata cuando prácticamente embocaba puerto. Hacía casi tres años que británicos, franceses y españoles habían firmado el tratado de paz de Amiens y un ataque a traición no era contemplado.


Hace ya más de doscientos once años, cuando estaba a una jornada de navegación de Cádiz y a punto de entregar un valiosísimo cargamento proveniente del Virreinato de Perú, un artero ataque militar británico sin previo aviso desataría un incidente que tenía claros visos de inducir, provocar u obligar a declarar la guerra a los españoles en un momento en que la superioridad naval inglesa era incontestable. Una actuación muy típica de la doctrina militar británica, adicta al “...a mí que me registren“.
En la tramoya, los tres grandes imperios europeos se debatían el dominio del comercio a través de una guerra abierta en todos los frentes. El viaje postrero de la fragata Mercedes conjuga y conjura una dramática miscelánea de ángulos políticos, humanos (alrededor de trescientas personas volatilizadas literalmente tras la deflagración de la santabárbara), estratégicos (el trasunto del control del enorme volumen de comercio con la América de entonces) y, sobre todo, un acto de guerra incalificable en tiempo de paz. En la tramoya, los tres grandes imperios europeos debaten la hegemonía por el dominio del comercio a través de una guerra abierta en todos los frentes del globo. Una guerra mundial que nunca fue considerada como tal.
También es una historia muy didáctica sobre cómo los vencedores edulcoran sus crímenes y tropelías con trampantojos que se perpetúan como clichés a lo largo de la historia, convirtiéndose al cabo del tiempo en verdades incuestionables e incluso, en anatemas tras sofisticados maquillajes de refutable y endeble confección, pero muy del agrado de aquellos a quienes les cuesta aceptar que son pensados y mantienen la creencia del libre albedrío como si este fuera un concepto invulnerable y no enajenable. Esta forma de pensamiento ha sido a lo largo de la historia uno de los grandes cánceres mentales de la democracia inglesa, la arrogancia desmedida y el ocultamiento deliberado de las innumerables batallas perdidas ante el Imperio español, transformando incluso nuestros propios fracasos en victorias suyas.

Una trágica casualidad

Pero el caso que nos trae a colación es que el espionaje británico conocía elpacto secreto firmado por el valido Manuel Godoy y Napoleón, cuyo propósito no era otro que España ayudara a Francia en su guerra con el Reino Unido, para así deshacerse de los molestos inquilinos isleños que con sus veloces naves y preparadisimos marinos cortocircuitaban permanentemente el comercio mundial .
De las técnicas de vanguardia usadas para la construcción de barcos en la Habana (Cuba), donde fue botada el 15 de noviembre de 1788, había salido esta marinera y bella nave, fragata que sería el prototipo de diseño al que la Real Armada aspiraba como buque que oponer a las veloces fragatas inglesas.
Aquella brumosa mañana aguardaba a la flota que traía caudales de Perú una banda de salteadores con uniforme de la marina británica, o lo que es lo mismo, la marina británica haciendo lo de siempre. El presunto 'fair play' británico iba a saltar por los aires una vez más. Fue siempre un mito del que quizás solo el 'gentleman' que era Nelson se salvara.
Mientras la marinería inglesa estaba sometida a un férreo y constante entrenamiento, la Real Marina española estaba dotada de levas poco disciplinadas
Cuatro buques de la Armada inglesa dieron caza por barlovento a una relajada escuadra española que creía estar navegando en un interregno de paz. Era el 5 de octubre de 1804. Las intenciones de Graham Moore, comandante al frente de la flotilla inglesa, eran hacerse con las naves sin más preámbulos, y rapiñar y saquear a destajo sin presentación previa de credenciales. Las fragatas españolas, menos artilladas pero de igual porte, arrastraban la fatiga de la singladura oceánica. Pero lo que no estaba previsto fue la resistencia a cara de perro de la agotada tropa peninsular.
En la flota española venían insignes e ilustres marinos, tales como Diego de Alvear, muñidor de la comisión de demarcación de límites entre España y Portugal; Pedro Afán de Rivera, que naufragó y aferrado al bauprés de La Mercedes relataría más tarde desde su cautiverio londinense el trágico episodio; Bustamante, capitán de la malhadada nave, etc. Una pléyade de marinos de altísimo nivel que asistirían atónitos al mayor atraco de la historia moderna.
El zafarrancho se produciría al amanecer, cuando, entre el rocío y los arreones del oleaje, se forman esa rara mixtura que da un apresto especial al velamen, parecido al del almidón y, por ende, con más dificultad de la maniobra. Al toque de diana y sin tiempo para más órdenes, se enviaría aviso a todas las unidades a través de la señal 246, la instrucción de orden de combate.
El capitán Diego de Alvear asistiría a la desaparición casi íntegra de su familia desde la borda de la Medea
Siendo las fragatas los modelos de nave de combate en ambas flotas que mayor número de innovaciones incorporaban, y muy parejo el nivel de calidad y diseño en la construcción, el reto estaba en saber cuáles serían más eficaces en combate. Hay que destacar que mientras la marinería inglesa estaba sometida a un férreo y constante entrenamiento y su preparación como hombres de mar era impecable en el sentido más amplio de la palabra; las dotaciones de la Real Marina española contaban, por la precariedad económica, con levas poco disciplinadas. La paga era peor que mala e impuntual, cosa que no ocurría en la parte inglesa. Según relata Pedro Afán de Rivera, una gran parte de dicha marinería venía muy enferma, las raciones eran de miseria y la eficacia técnica en la maniobra de carga y el disparo sostenido dejaba bastante que desear. Muchos de los marinos de bajo rango vestían, sin andar con circunloquios, con harapos.
El tesoro de la fragata Mercedes tal como se expuso en Madrid. (Efe)El tesoro de la fragata Mercedes tal como se expuso en Madrid. (Efe)
Un ataque que avergonzó a la ciudadanía británica
Literalmente no hubo tiempo para formar correctamente, y a las dos horas aproximadamente de un combate cerrado e intenso de artillería, La Mercedes se volatilizaría hasta la desintegración, probablemente por el impacto directo de un obús en el pañol de municiones de la amura de babor bajo la línea del nivel de flotación. Una casualidad matemáticamente improbable pero que ocurrió así, tal cual.
El capitán Diego de Alvear asistiría a la desaparición casi íntegra de su familia desde la borda de la Medea con su pequeño hijo Carlos, cadete en ese momento. Siete de sus hijos y su compañera en este destino indescifrable rendirían trayecto hacia la eternidad.
La fragata se hundió con 275 almas y tan solo hubo 48 supervivientes. Fue un auténtico 'casus belli' que avergonzó incluso a la ciudadanía británica, dada la difusión en prensa que se le dio a aquel trágico episodio en toda Europa. El hundimiento de la Mercedes desencadenaría una sucesión de hechos que culminaría con la desastrosa batalla de Trafalgar y un siglo de derrotas españolas. Su pecio, encapsulado en el tiempo, y a más de mil metros de profundidad fue finalmente recuperado casi en su totalidad por una compañía norteamericana de dudosa fama especializada en rescates submarinos.
España entregaría el testigo del control del orbe en la trágica y memorable batalla de Trafalgar
El silencio que siguió a la deflagración es algo que destacan todas las crónicas de las partes en conflicto en sus informes. Tanto Graham Moore, el comodoro al mando de los salteadores, como el teniente de navío Pedro Afán de Rivera, hacen constar el pesar de lo ocurrido independientemente de la artera maniobra británica. El combate se paró automáticamente, dando prioridad a la recogida de los náufragos y atención de los heridos. Las naves españolas fueron llevadas a Plymouth y Londres donde se reciclarían ya fuera como barcos de formación de cadetes, ya como barcos hospital. Posteriormente varios barcos ingleses con pabellón parlamentario se acercarían a Laredo y La Coruña en el año de 1805, ya en plena guerra, para devolver a la oficialidad y marinería cautiva. En ese año, España entregaría el testigo del control del orbe en la trágica y memorable batalla de Trafalgar.
Siglos después, como sutil recordatorio, una carta asida a su pecho, como el corazón a la entraña, hizo que Pedro Afán de Rivera proporcionara un documento crucial con el que vengar aquel cruel azar del destino y desquitarse de aquel ataque traicionero. España usó aquella carta clave a la que se aferraba Pedro Afán de Rivera en su oceánica soledad en el litigio por la propiedad de los restos de La Mercedes que más tarde le conduciría a rescatar ante los tribunales de Estados Unidos el tesoro que el Odyssey recuperó del mar en 2007 y que la fragata española llevaba cuando fue hundida en 1804.
Afán de Rivera y su misiva secreta, un postrero servicio a la patria.

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