martes, 17 de noviembre de 2015

"Yo nací en villa Farnesina..." de Luis Narváez y Rojas





Tras la presentación, les adjunto mi discurso acerca de este interesante libro, el primero de Luis Narváez y Rojas, marqués de Oquendo.

Queridos lectores, tienen ante Ustedes una excelente obra que desvela muchas claves para entender la historia contemporánea principalmente de España y de Italia, en medio de un continente europeo que vio los reinados turbulentos en España de Fernando VII, Isabel II y Alfonso XIII, las guerras de independencia de Italia y su posterior unificación, la pérdida del poder temporal de la Iglesia, la guerra civil española y la gran guerra o primera guerra mundial a principios del siglo XX, todos acontecimientos vistos bajo la óptica de una familia gallega de ricos comerciantes de las indias que lograron ennoblecerse y erguirse paulatinamente como espectadores de primera fila de los acontecimientos europeos.
Nadie escribe un libro porque sí, salvo los poetas, que estos, como algunos artistas, tienen necesidad imperiosa de manifestarse porque lo que llevan dentro les consume. Por ello, ante un libro ajeno, siempre me pregunto por qué lo hizo su autor, aunque cuando lo hago respecto a uno propio la respuesta no suele gustarme: compromiso, prestigio, remuneración... que suele ser también aplicable a casi todos los de los demás. No es el caso de "Nací en villa Farnesina…" de Luis Narváez Rojas que constituye un legado a los suyos, Por ello me es especialmente grato actuar de prologuista, y por ello también, sírvame de excusa, me valdré de cuantas citas crea venir al caso, de gentes a las que admiro.
¡Cómo he disfrutado de la lectura del libro! Confieso que abrigué un temor inicial, porque los textos biográficos, a veces, son bastante tediosos. Pero en este caso, la vida de los distintos protagonistas Bermúdez de Castro, enmarcados en su época y en los distintos lugares donde vivieron, Cartagena de Indias, Cádiz, Madrid, Nápoles, Roma, París, Brighton, Colonia ha resultado muy interesante. Caso aparte es el de la protagonista tía del autor, que tuvo la desgracia de nacer fuera del matrimonio. Es curioso, entre mis más queridos amigos cuando viví en Roma, me acuerdo de un pariente de la madre, el duque Rodolfo de Baviera, del linaje Wittelsbach.
Dada mi ascendencia ítalo-española, porque nací de padre italiano y madre española, y teniendo en cuenta mi vocación de historiador, me voy a centrar en los acontecimientos del libro relativos a Italia, en particular a su unificación de 1860, completada con la conquista de Roma diez años después y a la villa Farnesina.
Quiero puntualizar que al estallar la segunda guerra de independencia italiana, Giuseppe Garibaldi era mayor general de los Cazadores de los Alpes, compuestos por 3.000 soldados. Con ellos con-quistó Varese, Como, Brescia y en las negociaciones de paz, Víctor Manuel II de Saboya logró la anexión de Lombardía, tras la que vendrían las de Parma, Módena, Toscana y Romaña, al solicitar sus gobiernos provisionales su unión al Piamonte. El siguiente objetivo de Garibaldi fue entonces lograr la anexión del reino de las Dos Sicilias, el más próspero de la península italiana, al Piamonte. En dicho reino Francisco II de Nápoles ejercía una monarquía absoluta. Sin embargo, garantizaba el bienestar a la población. Los movimientos separatistas en Sicilia fueron el caldo de cultivo para la expedición de los Mil Camisas Rojas, auspiciada por Cavour. Pero el primer ministro no quiso o no pudo financiar la expedi-ción, solo proporcionó al general los barcos y los mil hombres sin ar-mas, escogidos entre los que estaban presos en las cárceles piamontesas, unos reclusos que aceptaron encantados ya que su premio, tras la expedición, fue la libertad. Lo cual obligó a Garibaldi a buscar ayudas económicas. Luis Narváez menciona un apoyo de la marina inglesa para cruzar el estrecho de Mesina, es cierto, pero el apoyo inglés fue mucho más importante, porque el general pidió ayuda financiera a su amigo el patriota Mazzini, y este, masón, pidió a su vez ayuda a la masonería inglesa. Las ayudas de la masonería permitieron dotar a su pequeño ejército de las armas necesarias, de la logística y de las vituallas. Además una parte de la ayuda fue a parar a los generales del ejército borbónico para “perder” dignamente contra Garibaldi, a cambio de mantener su graduación en el futuro ejército real italiano. Al frente de su tropa de voluntarios, Garibaldi llegó a Marsala (después de haber zarpado desde Génova), donde fue recibido con entusiasmo por los rebeldes que pensaban que así lograrían la independencia de la isla, incluso algunos de estos se unieron a los Mil. Participó entonces en la supresión de la resistencia, dirigiendo más tarde sus tropas hacia Nápoles, entre las que se encontraba la Legión Internacional, compuesta, entre otras nacionalidades, por 500 húngaros, quienes derrotaron a las tropas del rey en la Batalla del Volturno, en octubre de 1860. Esto obligó a Francisco II a huir y refugiarse en los Estados Pontificios, instaurando en Nápoles una república regida por un gobierno provisional. En Sicilia, Garibaldi recibió ayuda económica puntual también de Alejandro Dumas, quien había viajado con su nave Emma con un cargamento de armas para su pequeño ejército. Posteriormente el escritor francés también ayudó a Garibaldi a escribir sus memorias. Ambicionando una Italia unida bajo un solo gobierno radicado en Roma, concibió la idea de marchar sobre los Estados Pontificios, defendidos por tropas francesas. Sin embargo, Víctor Manuel y Cavour, temerosos de perder lo logrado ante una radicalización del conflicto, evitaron el avance de Garibaldi. El incidente no supuso un enfrentamiento entre el rey del Piamonte y Garibaldi; antes al contrario, el revolucionario reconoció a Víctor Manuel como rey de Italia el 26 de octubre de 1860.
Un último comentario acerca de la Villa Farnesina, donde nació la protagonista del libro, una hermosa villa-palacio de Roma. Fue cons-truida entre 1505 y 1511 por Baldassarre Peruzzi en el barrio del Tras-tevere, por encargo del banquero sienés Agostino Chigi. En 1580 fue adquirida por el cardenal Alejandro Farnese de donde recibió su nombre actual. Villa Farnesina fue la primera villa nobiliaria suburbana de Ro-ma. Se alza fuera de la antigua muralla de Roma, donde antaño crecían los huertos y viñedos de Julio César. Se cree que Cesar alojó secreta-mente aquí, en su palacio a orillas del río, a Cleopatra (44 a. C.). Con ello evitaba por un lado el embarazoso encuentro entre su mujer, Calpurnia, y su amante; y por otro, el incumplimiento de la ley que prohibía a un monarca extranjero residir en la ciudad. Desde este palacio huirían Cleopatra y su hijo Cesarión al conocer el asesinato de Julio César. El parto por cesárea, practicado por primera vez en esta ocasión por médicos egipcios, toma su nombre del hijo de la célebre reina de Egipto. Podemos apreciar que con el inicio del Renacimiento la nobleza y burguesía italiana mostraba a través de sus residencias y villas su poderío tanto social como económico. La villa es un perfecto ejemplo de las primeras obras renacentistas. Se compone de un bloque central del que arrancan dos alas menores a ambos lados, formando así una especie de U. Las fachadas son de color anaranjado, sencillo y armonioso. En la fachada delantera se encuentra la logia de Cupido y Psique que da acceso al palacete que fue decorado por el mismísimo Rafael. En el bello jardín de la villa se celebraban importantes fiestas con príncipes, poetas, artistas e incluso Papas. Cuenta la leyenda que el derroche de lujo y ostentación era tal que durante las fiestas, las vajillas que eran de oro y plata, en vez de lavarlas y recogerlas, eran tiradas al fondo del Tíber, el río romano que pasa a los pies de la villa. La decoración se llevó a cabo entre 1510 y 1519. Destacan sin duda los frescos que se extienden por fachadas y muros. El mismo Peruzzi realizó algunos de ellos. Otros artistas que participaron fueron Sebastiano del Piombo, Rafael y los discípulos del último. Los frescos ilustran los mitos clásicos y destacan los del vestíbulo principal, llamado Sala de Galatea por mostrar a esta ninfa en una de las obras más célebres de Rafael. Esta sala se completa con las pinturas de astrología de la bóveda que muestran la posición de las estrella en el momento del nacimiento de su primer propietario Chigi. Otra de las estancias más bellas de la villa es el Salone delle prospettive, decorado por Peruzzi y que en los laterales creó una ilusión óptica que nos hace creer estar viendo Roma, tal y como era en el siglo XVI a través de unas columnas de mármol. En el dormitorio principal, los frescos de il Sodoma ilustran los desposorios de Alejandro y Rosana, y cómo ésta es atendida por querubines. Hubo un proyecto que pretendía unir la villa con el Palacio Farnese mediante una gran galería que atravesara el río Tíber y la calle Giulia. No llegó a realizarse y solo se construyó una mínima parte, aún visible, que atraviesa la calle Giulia. Salvador Bermúdez de Castro y Díez (1817-1883), marqués de Lema, residió varios años en la Villa Farnesina y la restauró. El palacio era propiedad de Francisco II, rey de las Dos Sicilias, en cuya corte Salvador había sido embajador de España (1853-1864). La Farnesina había pasado a los Borbones de Nápoles como herencia de sus antepasados los Farnese. Hoy la Villa Farnesina es la sede representativa de la Academia Nacional de ciencia, denominada “dei Lincei”, cuyo domicilio principal está al lado en palacio Corsini.
Pero en el libro de Luis Narváez hay mucho más que comentar, aunque prefiero terminar para no ser excesivamente prolijo. Así que, estimados lectores, lean con fruición y atribuyan a los protagonistas del linaje Bermúdez de Castro y a la tía Mary del autor el honor que se me-recen, sin olvidar el encomiable esfuerzo de su sucesor Luis Narváez y Rojas quien ha hecho realidad las estrofas que dedicara como cántico Calderón de la Barca en el certamen poético en honor de la canonización de San Francisco de Borja que tuvo lugar en 1671:

Que el blasón heredado
Es un tesoro hallado
Sin el heroico timbre de adquirido,
Pues sólo lo merece
El que a ser más de lo que nace, crece.


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