viernes, 2 de marzo de 2018

La Santa Comunión

El Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Robert Sarah, anima a promover “la belleza, la propiedad y el valor pastoral” de recibir la Santa Comunión en la lengua y de rodillas.

Su Santidad Francisco I 


La Providencia, que dispone con sabiduría y suavidad todas las cosas, nos ofrece la lectura del libro La distribuzione della Comunione sulla mano (La distribución de la Comunión en la mano) de don Federico Bortoli, precisamente después de haber celebrado el centenario de las apariciones de Fátima. Antes de la aparición de la Virgen María, en la primavera de 1916, el Ángel de la Paz apareció a Lucía, Jacinta y Francisco, y les dijo: «No tengáis miedo, soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo». […] En la primavera de 1916, en la tercera aparición del Ángel, los niños se dieron cuenta que el Ángel, siempre el mismo, tenía en su mano izquierda el cáliz, en el que estaba suspendida una hostia. […] Dio la Santa Hostia a Lucía y la Sangre del cáliz a Jacinta y Francisco, que permanecieron de rodillas, mientras decía: «Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios». El Ángel se postró nuevamente en tierra repitiendo con Lucía, Jacinta y Francisco de nuevo, tres veces, la misma oración.

El Ángel de la Paz, por lo tanto, nos indica cómo debemos comulgar el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. La oración de reparación dictada por el Ángel, sin embargo, no es para nada obsoleta. Pero, ¿cuáles son los ultrajes que Jesús recibe en la Hostia Santa, que es necesario reparar? En primer lugar, son los ultrajes contra el propio Sacramento: las horribles profanaciones de las que han dado noticia algunos exsatanistas conversos, cuya descripción es espeluznante; ultrajes son también las Comuniones sacrílegas, recibidas no en gracia de Dios o no profesando la fe católica (me refiero a ciertas formas de la llamada ‘intercomunión’). En segundo lugar, constituye un ultraje a Nuestro Señor todo lo que podría impedir lo provechoso del Sacramento, sobre todo los errores sembrados en las mentes de los fieles para que ya no crean en la Eucaristía. Las terribles profanaciones que se desarrollan en las llamadas «misas negras» no hieren directamente a Aquél que es ultrajado en la Hostia, terminando sólo sobre los accidentes del pan y del vino.

Ciertamente, Jesús sufre por las almas de los profanadores, por los cuales ha derramado esa Sangre que ellos, de forma tan miserable y cruel, desprecian. Pero Jesús sufre más cuando el extraordinario don de su Presencia eucarística divino-humana no puede conseguir los efectos potenciales en las almas de los creyentes. Entonces se comprende cómo el ataque diabólico más insidioso consiste en intentar apagar la fe en la Eucaristía, sembrando errores y favoreciendo un modo no conveniente de recibirla; verdaderamente, la guerra entre Miguel y sus Ángeles por una parte, y Lucifer por la otra, sigue en el corazón de los fieles: el objetivo de Satanás es el Sacrificio de la Misa y la Presencia de Jesús en la Hostia consagrada. Este intento de robo sigue a su vez dos vías: la primera es la reducción del concepto de «presencia real». Muchos teólogos no cesan de escarnecer o desdeñar –a pesar de los continuos llamamientos del Magisterio– el término «transubstanciación». […]

Veamos ahora cómo la fe en la presencia real puede influir sobre el modo de recibir la Comunión, y viceversa. Recibir la Comunión en la mano implica, sin duda alguna, una gran dispersión de fragmentos; al contrario, la atención a las más pequeñas migas, el cuidado en purificar los vasos sagrados, no tocar la Hostia con las manos sudadas, se convierten en profesiones de fe en la presencia real de Jesús, también en las partes más pequeñas de las especies consagradas: si Jesús es la sustancia del Pan Eucarístico y si las dimensiones de los fragmentos son accidentes sólo del pan, ¡poco importa cuán grande o pequeño sea un trozo de Hostia! ¡La sustancia es la misma! ¡Es Él! Al contrario, la desatención a los fragmentos hace perder de vista el dogma: lentamente podría prevalecer el pensamiento: «Si tampoco el párroco presta atención a los fragmentos, si administra la Comunión de modo que los fragmentos puedan dispersarse, entonces quiere decir que en ellos no está Jesús, o bien está hasta un cierto punto».

El segundo punto sobre el que se desarrolla el ataque contra la Eucaristía es el intento de eliminar el sentido de lo sagrado del corazón de los fieles. […] Mientras el término «transubstanciación» nos indica la realidad de la presencia, el sentido de lo sagrado nos hace entrever su absoluta peculiaridad y santidad. ¡Qué desgracia sería perder el sentido de lo sagrado precisamente en lo que es más sagrado! ¿Cómo es posible? Recibiendo el alimento especial del mismo modo que recibimos el alimento ordinario. […]

La liturgia está hecha de muchos pequeños ritos y gestos, cada uno de los cuales es capaz de expresar estas actitudes cargadas de amor, de respeto filial y de adoración hacia Dios. Precisamente por esto es oportuno promover la belleza, la propiedad y el valor pastoral de una práctica desarrollada durante la larga vida y tradición de la Iglesia, es decir, el acto de recibir la Santa Comunión en la lengua y de rodillas. La grandeza y la nobleza del hombre, como también la más alta expresión de su amor hacia su Creador, consisten en ponerse de rodillas ante Dios. El propio Jesús rezó de rodillas en presencia del Padre. […]

A este propósito me gustaría poner el ejemplo de dos grandes santos de nuestros días: San Juan Pablo II y Santa Tersa de Calcuta. Toda la vida de Karol Wojtyła estuvo marcada por un profundo respeto por la Santa Eucaristía. […] A pesar de estar extenuado y sin fuerzas, […] siempre se impuso arrodillarse delante del Santísimo.

Era incapaz de arrodillarse y levantarse solo. Necesitaba la ayuda de otros para doblar las rodillas y después levantarse. Hasta sus últimos días, quiso darnos un gran testimonio de reverencia al Santísimo Sacramento. ¿Por qué somos tan orgullosos e insensibles a los signos que Dios nos ofrece para nuestro crecimiento espiritual y nuestra íntima relación con Él? ¿Por qué no nos arrodillamos para recibir la Santa Comunión siguiendo el ejemplo de los santos? ¿Es verdaderamente tan humillante postrarse y estar de rodillas ante el Señor Jesucristo? Y, sin embargo, Él «siendo de condición divina, […] se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Fil 2, 6-8).

Santa Madre Teresa de Calcuta, religiosa excepcional que nadie osaría considerar tradicionalista, fundamentalista o extremista, cuya fe, santidad y don total de sí a Dios y a los pobres son conocidos por todos, tenía un respeto y un culto absoluto hacia el Cuerpo divino de Jesucristo. Sin duda, ella tocaba diariamente la “carne” de Cristo en los cuerpos deteriorados y sufrientes de los más pobres de los pobres. Y, sin embargo, llena de estupor y de respetuosa veneración, la Madre Teresa se abstenía de tocar el Cuerpo transubstanciado de Cristo; más bien, lo adoraba y lo contemplaba silenciosamente, permaneciendo durante largo tiempo de rodillas y postrada ante Jesús Eucaristía. Además, recibía la Santa Comunión en su boca, como un niño pequeño que se deja nutrir humildemente por su Dios.

La Santa se entristecía y se apenaba cuando veía a los cristianos recibir la Santa Comunión en sus manos. Además, afirmó que, según cuanto ella conocía, todas sus hermanas recibían la Comunión sólo en la lengua. ¿Acaso no es ésta la exhortación que Dios mismo nos dirige: «Yo soy el Señor, Dios tuyo, que te saqué de la tierra de Egipto; abre la boca que te la llene»? (Sal 81, 11).

¿Por qué nos obstinamos en comulgar de pie y en la mano? ¿Por qué esta actitud de falta de sumisión a los signos de Dios? Que ningún sacerdote pretenda imponer la propia voluntad sobre esta cuestión, rechazando o maltratando a quienes desean recibir la Comunión de rodillas y en la lengua: vayamos como niños y recibamos humildemente de rodillas y sobre la lengua el Cuerpo de Cristo. Los santos nos dan su ejemplo. ¡Son los modelos que Dios nos ofrece para que los imitemos!

Pero, ¿cómo se ha convertido en algo tan común la praxis de recibir la Eucaristía en la mano? La respuesta nos la da, apoyada por una documentación hasta ahora inédita, extraordinaria por calidad y cantidad, don Bortoli. Se ha tratado de un proceso para nada claro, una transición de lo que concedía la instrucción Memoriale Domini al modo ahora tan difundido. […] Por desgracia, como en lo que atañe a la lengua latina o a una reforma litúrgica que debería haber sido homogénea con los ritos precedentes, una concesión particular se ha convertido en la ganzúa para forzar y vaciar la caja fuerte de los tesoros litúrgicos de la Iglesia. El Señor conduce al justo por «vías rectas» (cfr. Sab 10, 10), no por subterfugios; por lo tanto, además de las motivaciones ideológicas indicadas más arriba, también el modo con el que se difundió la praxis de la Comunión en la mano parece haberse impuesto no según los caminos de Dios.

Que este libro pueda animar a esos sacerdotes y fieles que, movidos también por el ejemplo de Benedicto XVI –que en los últimos años de su pontificado quiso distribuir la Eucaristía en la boca y de rodillas–, deseen administrar o recibir la Eucaristía de este modo, más adecuado al propio Sacramento. Deseo que pueda haber un redescubrimiento y una promoción de la belleza y el valor pastoral de esta modalidad. En mi opinión y según mi juicio, ésta es una cuestión importante sobre la que la Iglesia de hoy debe reflexionar. Es un ulterior acto de adoración y de amor que cada uno de nosotros puede ofrecer a Jesucristo. Me causa verdadero placer ver a tantos jóvenes que eligen recibir a Nuestro Señor de manera tan reverente de rodillas y en la lengua. Que el trabajo de don Bortoli pueda favorecer un replanteamiento general sobre el modo de distribuir la Santa Comunión; como decía al inicio de este prólogo, acabamos de celebrar el centenario de Fátima y estamos animados por el triunfo seguro del Corazón Inmaculado de María: entonces triunfará también la verdad sobre la liturgia.

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